LA VERDADERA OBEDIENCIA

LA VERDADERA OBEDIENCIA

En las Sagradas Escrituras se le dice justo al hombre grato a Dios.  Es Dios quien lo encuentra y declara justo. Es necesaria una revelación de lo que Dios considera grato a sus ojos y en quién se complace.  San Pablo afirma "A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! Es cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado . Mi juez es el Señor" .
Dios nos deja saber en su voluntad los que le son gratos, los que viven en la justicia del Hijo, que es reflejo fiel de la justicia divina.

 En el 
 Antiguo Testamento la justicia bíblica  en el hombre es la capacidad para abrirse a la revelación divina que ocurre por la Palabra y comportarse religiosamente ante Dios, de manera que le sea grato. Cuando Dios habla, el hombre es invitado a escuchar la Palabra con fe y a actuar en consecuencia.  De ahí las invitaciones a escuchar que son sinónimas de invitaciones a obedecer: Abraham creyó y su fe le fue reputada por justicia; después, Abraham obedeció cuando se dispuso a sacrificar a su hijo .  El pueblo de Dios es invitado a escuchar y obedecer cumpliendo el decálogo: "Escucha Israel".

 Es justo, para Dios, el hombre que escucha la palabra de Dios y la cumple. Como le dice Jesús a la mujer que proclamaba dichosos "el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron": "Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan" . Enderezando la alabanza de la mujer, Jesús proclama bienaventurada, justa, a su madre, por haber escuchado, guardado en su Corazón y cumplido la Palabra que se le dirigió. 


En el Nuevo Testamento Dios habla por medio de su Hijo - su Verbo hecho hombre - y somos invitados a escucharlo, creerle y vivir según sus enseñanzas: "Este es mi hijo amado, escuchadlo". Escuchar la Palabra de Dios y obedecerle poniéndola en práctica, es, según Jesús, la forma de entrar en parentesco con él, haciéndose hijo con el Hijo: "Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".


Por lo tanto exige que sus palabras sean escuchadas y cumplidas como Palabras del Padre: "Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca... el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica es como el hombre insensato".
La obediencia grata al Padre es la de su hijo Jesus, nuestra condición filial como verdaderos hijos es en la medida que escuchamos y cumplimos como Jesus.


Él es nuestra justicia

A partir de Jesucristo, la justicia, lo que Dios mismo considera grato consiste en escuchar al Hijo que nos comunica la voluntad de Dios como Padre amoroso y nos enseña, yendo adelante con su ejemplo, a obedecerle gozosamente como hijos amorosos.

Hemos llegado así a la plenitud de la revelación de la voluntad de Dios y a la perfecta justicia. La de su Hijo Jesucristo. "Y hubo una voz del cielo: ´Tú eres mi hijo amado en ti me complazco´.

Si queremos ser hijos agradables al Padre estamos pues invitados a la justicia filial. Esta es la nueva y definitiva justicia, ser hijos como el Hijo, hijos en el Hijo: obedientes como el Hijo, glorificadores del Padre como el Hijo, en todo semejantes a Cristo y al Padre: en la perfección de la caridad, en la misericordia, en la santidad.
Veamos algunas características de esa justicia filial. A esta nueva justicia se ingresa por la re-generación. Seguir a Jesús no es simplemente aprender una doctrina, es seguirlo por el camino de la generación divina. Su vida humana  refleja temporalmente lo que es la generación eterna del Verbo. Y nos ofrece una participación en esa comunión de vida.
 Así lo explica Jesús a Nicodemo: "Jesús le respondió: En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de nuevo y de lo alto, no puede ver el Reino de Dios"... "el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" . Para Juan el Reino de Dios es también equivalente a la condición filial. 
Esta es la justicia a la que Jesús designa: "Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos" . "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos" . La primera y la octava bienaventuranza, de manera particular, proclaman que, quienes las viven ya están la posesión del Reino, es decir, ya son hijos, viven la justicia filial, porque considerados justos por el Padre: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos" ; "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia (filial) porque de ellos es el Reino de los Cielos" . De ellos es (¡en presente!) el Reino de los Cielos.

Ellos son pobres de espíritu, los que no son dueños de sí mismos, todo lo reciben del Padre y lo reconocen no considerándose dueños de nada, sino reconociendo el dominio del Padre: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido". De ahí que los hijos viven teniéndolo todo, pero no poseyendo nada . Todo es suyo, menos ellos mismos, porque son de Cristo y Cristo tampoco se pertenece a sí mismo, porque es de Dios. Jesús y sus discípulos son perseguidos por causa de la justicia filial. La están viviendo ya y están sufriendo la persecución que ella acarrea. Por tanto son justos ya, a los ojos del Padre. 
La verdadera justicia consistirá en la participación en la perfección de la Caridad del Padre. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial", la nueva justicia consiste en renunciar a lo que se opone a la perfección de la caridad, al amor perfecto: la ira, la lujuria, el divorcio, el juramento falso, la mentira, la violencia aún en defensa propia, el rencor o la ira contra los enemigos. Es renunciando a todo lo que se opone al amor perfecto, como se realiza en los hijos, la divina regeneración y filialización. Y en esto consiste su justicia a los ojos del Padre. 
LA OBEDIENCIA

Obedecer a Dios es escuchar su Palabra
 
Obedecer viene del latín ob-audire, que quiere decir escuchar, oír atentamente lo que alguien dice, prestar oído. En el Antiguo Testamento, se invita al pueblo a obedecer a Dios, invitándolo a escuchar la voz del Señor: Shemá Israel, escucha Israel .
 Expresiones sinónimas de este escuchar son también: guardar en el corazón, guardar en la memoria, practicar, grabar en el corazón las palabras de Dios, no olvidarlas nunca

 Las Sagradas Escrituras nos hablan de la obediencia y la desobediencia desde las primeras páginas hasta las últimas. Con la desobediencia de Adán y Eva empieza la historia del pecado de la humanidad y con la obediencia de María empieza la historia de la salvación, que culmina y se consuma con la obediencia filial de Jesús, cabeza del Cuerpo Místico que es la Iglesia, y ha de completarse con la obediencia de sus miembros. La Iglesia obedece a Cristo y Cristo al Padre .
 Podríamos decir que desobediencia es el nombre propio de la incredulidad y del pecado y obediencia es el nombre propio de la fe y de la caridad filial. 
Obedecer a Jesús, es creer en él,
obedecer al Padre es amarlo como hijo,
 y amarlo como hijo es obedecerle.

Hijo es el que hace la voluntad del Padre: “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos - es decir, en la condición filial - sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” .
Discípulo es no solamente el que escucha a Jesús Maestro, sino el que pone en práctica lo que le oye decir: “Todo el que escuche mis palabras y las ponga en práctica es como el que edifica sobre roca” . El que no, es como quien edificó sobre arena. Discípulo de Cristo es el que aprende de él la escucha filial de la palabra del Padre. Esta manera filial de escuchar la voz del Padre es una nueva forma de obediencia: la obediencia filial, que es la obediencia perfecta, porque es la escucha perfecta de la Palabra perfecta del Padre, que es su Hijo muy amado.
María es dichosa, es bienaventurada porque escuchó la voz de Dios y la obedeció. Jesús proclama a su Madre María como Bienaventurada, porque escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica: “Estando Jesús diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo, y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! Pero él le dijo: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” es decir los obedientes.
 Por eso María fue Madre y como Madre, Maestra del Niño Jesús obediente a Dios: “No sabían que tengo que estar en lo de mi Padre?” . En lo de: en la Casa Padre y en sus cosas. En este momento María pasa de Maestra a discípula de Jesús, hijo obediente del Padre celestial.

Dios nos habló de muchas maneras y por fin en su Hijo…
Leemos en la Carta a los Hebreos: “Dios, que de muchas maneras y de diversas cosas había hablado en el pasado a nuestros Padres, por medio de los profetas; en estos últimos días nos habló por medio de su Hijo” .
Si obedecer a Dios tiene que ver con escuchar a Dios, parece lógico que para cada forma de hablar de Dios corresponderá una forma diversa de obediencia. Y cuanto más perfecta es la forma de hablar, tanto más perfecta ha de ser la forma de escuchar y de obedecer.
 A La palabra de Dios a su Hijo, corresponde la escucha perfecta del Hijo. La Carta a los Hebreos nos presenta esta obediencia de Cristo como la razón de ser de la encarnación y como el verdadero y perfecto sacrificio agradable a Dios en cumplimiento de la voluntad del Padre: “Por eso al entrar [Cristo] en este mundo dice: No quisiste sacrificios ni ofrendas pero me has formado un cuerpo. Ni te agradaron los holocaustos o los sacrificios por el pecado. Entonces dije: ¡heme aquí! Vengo - como está escrito de mí en el comienzo del libro - porque quiero hacer ¡oh Dios! Tu voluntad . 
 He aquí el paso del culto de la Ley, del culto del Antiguo Testamento, al culto del Nuevo Testamento que consistirá en hacer la voluntad del Padre como Jesucristo. El Hijo no solamente está atento a su voluntad, sino a su beneplácito.
 o. La obediencia filial, como escucha perfecta con el corazón, en el Espíritu Santo, en Espíritu y en Verdad, corresponde al modo perfecto de hablar Dios, como Padre, a través de su Hijo, derramando Espíritu filializador. 
 Esta escucha atenta y obediencia filial a la Palabra del Padre imitando a Jesús, nos hace no solamente discípulos suyos, sino hermanos, porque nos hace hijos del Padre como Él lo es, primogénito de muchos hermanos: “Los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” .
 Esta condición de hermanos la declara Jesús en múltiples oportunidades: “Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” . “Y extendiendo la mano hacia sus discípulos dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y madre”  

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